martes, 29 de abril de 2008

Sannomiya-no-kei

I
Ante un pendiente ventosa, Naota buscaba su muerte. Nunca ha sabido lo que es la felicidad. Su depresión lo estaba matando interiormente y muy pronto físicamente. Mientras contemplaba su lugar de muerte comenzó a decir muchas cosas: - Deja de reírte. Crees que me conocer mas no es así. Ni tú ni nadie me detendrá. Ya no puedo seguir con esto. ¡Basta! ¡Callate! Si sigues hablando saltaré rápido. - No pudo mas y explotó en un llanto inapagable. Sus lágrimas no dejaban de brotar hasta llenar su alma en un lago de desesperación. Su desesperación era tan incontrolable que ni el mas angelical toque lo tranquilizaría. - ¿Tengo que hacerlo? -se dijo mientras por sus mejillas corrían cataratas de agua salada. No, no creo que sea necesario. Todo se solucionará, Naota, todo se solucionará.
II
Kunisaki, era el pequeño pueblo donde Naota y sus padres vivían. Se dedicaban al campo. Una tarde, él estaba tendido en su cama, y algo que no es común en él lo visitó esa tarde, por alguna extraña manera un pequeño silbido entro a su mente, y desempolvó esa pequeña habitación que tenía al olvido: sus recuerdos. Llego a su enmarañada memoria algo que le sucedió siendo niño y de lo cual es muy común en él. - ¡¿Crees que para esto me mato trabajando?! Para nos traigas malas notas. ¡Tienes que ser el mejor estudiante! ¿Entiendes? ¡El mejor! Si hago es porque te amo. -dijo su padre. Puso sus pequeñas manos en una mesa, y tomo una gran paleta de madera y comenzó a estrellarla en esas pequeñas manitas. Este fue su primer castigo, pero con el pasar de los años se hizo mas fácil, el dolor era menos. Por un momento el tiempo lo revolcó en sus suciedades y cuando se percato estaba mirando sus manos y contemplo las cicatrices, que ni el olvido mas remoto a hecho olvidar y sanar.

III

Una tarde al salir del colegio se dirigió a su lecho de muerte, para encontrarse con sus ancestros, aunque no de manera honorable como la de ellos. Su padre nunca lo dejo demostrar miedo y mucho menos debilidad. Parado ahí,sentía el viento golpear en su rostro. Y en un momento determinado, Naota estaba callando. Sin salida alguna. - He acabado con lo que nunca quise que
iniciará y de esa manera el suelo con sus brazos extendidos lo recibió y lo cobijó.
Escrito por: Marilú Chavarría A.

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